Mis papás se conocieron en la universidad, la Universidad Técnica Federico Santa María, en los años 70´s. Raúl santiaguino y Gabriela porteña buena moza, hicieron buenas migas y se enamoraron.
Por esas cosas del destino Raúl consiguió trabajo en ENAP en la Isla Tierra del Fuego. Se casaron en Valparaíso y a los dos días los pasajes indicaban Punta Arenas, había que volver a la Isla y Gabriela lo siguió. Esas cosas que una hace de enamorá nomás.
El fin del mundo en esos años era algo muy hostil, especialmente para una lolita ingeniera recién casada, no conociendo a nadie y con toda su familia en el norte.
Las cosas fueron mejorando: la casa propia, el trabajo de ambos y las amistades que se convirtieron en una nueva familia para estos chumangos(gente del resto del país que se va a vivir a Magallanes) y sus críos.
En este contexto y en un período de 18 años nacimos los hijos de Raúl y Gabriela: Claudia, Christian, Rodrigo y Constanza.
Nos criamos bajo el amparo de unos padres cariñosos y comprensivos que, pese a la brecha generacional que existe entre nosotros, se adaptaron a los tiempos e intentaron darnos lo necesario y enseñarnos que “lo que nunca hemos tenido, falta no nos hace”, como dice la Violeta.
Obviamente las cosas cambian entre la década del 70 y la del 90, más aún en nuestro país que tuvimos 20 años de cambios político-económico-sociales. Nací en democracia, en un momento en que la ciudadanía tenía esperanzas en que las cosas cambiaran, la gente creía en la justicia, la igualdad, el bien común, la voz de todos. La gente creía en la democracia. Nací en un país herido, en una sociedad con miedo a hablar y a decir que no.
Soy de una generación que viene a dar consuelo. Tal como pasó en mi casa: año 1990, mi hermana se va rumbo a la capital, buscando estudios y oportunidades. Como cualquier mamá, la mía quedó desolada sin su hija mayor, pero con el consuelo del ser que tenía en su vientre que daría a luz un 4 de Abril, el conchito. Nací para acompañar y consolar, nací para escuchar detrás de las paredes, mirar con ojos grandes y sacar mis propias conclusiones. Jugué sola muchos años, pero nunca me costó hacer amigos. Caminaba del colegio a la casa esperando que la Maggita me diera el almuerzo y jugáramos Carioca viendo la novela. La Maggita se convirtió en mi compañera incondicional, mis papás trabajaban y la Maggita hacía el aseo, cocinaba y era la mejor auditora y confidente de la mamá.
Pasaron los años y los pollitos migraban del nido rumbo a la capital, en busca de más o menos las mismas cosas.
Crecí en Punta Arenas, el confín del mundo, donde el frío es un compañero constante y los inviernos se pasan entre monos de nieve, patinando en la laguna, escarcha y carnavales.
El año 2004 la decisión ya estaba tomada, y partimos con camas y petacas hacia Viña del Mar. Atrás quedaba Punta Arenas, en la Ciudad Jardín nos esperaban nuevos horizontes.
Toda mi enseñanza básica la pasé en un colegio de monjas, el Liceo María Auxiliadora me vio crecer por ocho años, rodeada de niñas, donde los recuerdos de infancia se marcan por fiestas del colegio, paseos por el centro, juegos de manos, rezos en la mañana, colaciones compartidas y tardes antes de clases paradas en la esquina para ver a los chicos del Liceo San José.
El colegio fue un cambio importante para mi vida acostumbrada a puras niñas y monjas, el colegio mixto laico marcó de forma significativa la adolescencia alterada por un cambio de ciudad.
Así nos transformamos de turistas de Festival, a residentes de Viña del Mar.
Unos cambios de colegio y un término aproximado de la edad del pavo hizo que conociera nueva gente y nuevos pensamientos.
Pasa el tiempo y mi generación de consuelo se vuelve un poco más consciente. Soy parte de una generación que ve por lo que han pasado nuestros padres y que empieza a cansarse de que las cosas sigan siempre igual, con más esperanzas, con más acceso a la información, con más energía y más crítica.
Entrada en la adolescencia comencé a conocer nuevas perspectivas de la vida, a crear un pensamiento crítico y a empaparme me discusiones que me dejaban pensando por días. El mundo no cambia, uno va creciendo y viéndolo con otros ojos.
Existe ese momento en la vida de una persona joven, en que debe tomar decisiones importantes. Vivimos una sociedad que te juzga si no eres profesional, y al terminar tu enseñanza media, estás obligado y presionado a elegir un destino que te regirá y te ubicará dentro de la escala social. A los 17 años uno tiene cosas más importantes que preocuparse que de tu futuro a 50 años más, es complicado tomar una buena decisión cuando no has vivido lo suficiente para hacerlo. Yo, como muchos, tomé una decisión. Entrar en el 2008 a ser parte del grupo de gente que quiere cambiar al mundo educando cabros chicos. Creía en eso, no tenía dudas y me planteaba desde una ilusión inocente y esperanzadora. Pasado un año y medio, las cosas cambiaron y las decisiones también, las dudas atormentaron mi cabeza. Me envalentoné y decidí hacer lo que creía que “era lo mío”, para lo que tenía pasta: estudiar teatro. El camino costó, no fue un momento fácil, pero se logró. El año 2010 entré a estudiar Actuación Teatral en la universidad de Valparaíso. Mi entorno cambió, y el mundo artístico causó sus efectos en mí. Pero derrepente, en la vida las cosas no son como uno las espera, y esto, fue lo que me pasó. El año 2011 fue un año importante como país, para la gran mayoría de los estudiantes de Chile, y para mí. Vivir casi 6 meses dentro de la universidad tomada, en un ambiente de descontento permanente, de desilusión e impotencia, fue algo clave para tomar la decisión de congelar los estudios de actuación.
Cuando uno va creciendo y madurando, aprende a resignarse a que a veces hay que hacer cosas que uno no necesariamente quiere, para vivir “mejor”. La mejor decisión que podía tomar en este momento, en que había que elegir un camino a seguir, fue terminar la carrera de Educación Básica, donde tengo un buen futuro, con algo que puedo ocupar para mis metas en la vida, y que aun me gusta y conservo la ilusión de hace unos cuatro años atrás.
En algún momento de mi vida tenía un sueño: vivir en Valparaíso sola, sin mis padres. Por cosas del destino ese sueño se cumplió. El año 2011 Valparaíso se volvió mi residencia, enamorada de la ciudad, camino todos los días por sus calles maravillándome con su caótico encanto, agradeciendo ser una porteña adoptada.
En la vida, creo yo, tomamos decisiones, cambiamos de parecer, juzgamos, nos equivocamos, acertamos, anhelamos, deseamos, rechazamos y nos arrepentimos o orgullecemos de esto mismo. A mis cortos 22 años, me he dado cuenta que me falta mucho, pero que quiero que ese "mucho" sea consecuente con lo que pienso y siento, abierta a aprender, entregar y recibir de lo que pueda y de quien pueda
Los momentos que te hacen crecer , son los mejores, sólo hay que aprender a darles la bienvenida.
ResponderEliminarA través de tu historia me di cuenta que eres una mujer adicta a las emociones, a sentir y a entregar, no dejes de ser así , las persona que mas sienten son las que más disfrutan la vida.
Saludos
El teatro se puede aplicar en la pedagogía, aprovéchalo. Envidia sana es lo que siento, siempre quise estudiar teatro :)
ResponderEliminarNo dejes de aprovechar lo vivido sea bueno o malo, las personas que se cruzan por tu vida y las enseñanzas. Saludos Coni y me agrada conocer más de ti.
La fuerza de tus letras, son la calma de tu apariencia...tranquila, no necesitas moverte mucho para mostrarte... gran valor...
ResponderEliminarUna vida muy movida y marcada por un constante “adaptarse” a nuevas realidades, sin duda algo que a forjado un carácter autocrítico al momento de poner en práctica lo que piensas. Eres una persona comprometida con lo que te propones pero abierta también al cambio cuando esto es necesario. En fin tu manera especial de ver las cosas y el como rescatas lo necesario de cada situación que vives te llevarán muy lejos. Saludos.
ResponderEliminarMuy interesante la forma en que relata su vida.. Nos muestra el contexto social, político y cultural de los diferentes momentos vividos. Es muy amena la forma elegida para narrar..
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